Nuestra identidad
Villarroya de la Sierra
Nuestra historia
Villarroya de la Sierra es un municipio español de la provincia de Zaragoza perteneciente a la Comunidad de Calatayud, Aragón. Tiene un área de 91,52 km2 con una población de 467 habitantes. Está situada en el sistema Ibérico, en el valle del río Ribota, al pie de la Sierra de la Virgen, a 734 msnm. Se encuentra a 22 km. de Calatayud, la capital de la comarca, y a 102 km. de Zaragoza.
Villarroya, la villa roya o rojiza por el color dominante del terreno, posee un pasado musulmán claro pese a no aparecer en ninguno de los censos bajomedievales con población morisca. Así lo atestigua tanto el cultivo del territorio con toda la red de acequias, incluido el estanque aguas arriba del Ribota como el trazado urbano de sus calles, barrios y zonas, siendo un ejemplo la Dula (nombre de origen árabe que alude al terreno comunal donde pastaba el ganado de los vecinos).
La reconquista cristiana llegó a esta zona a partir de 1120 con la caída de Calatayud y consecuentemente toda la cuenca del Jalón. En el siglo XII, el municipio se fue extendiendo por la ladera sur del castillo hoy conocido como de la Reina, existiendo una sencilla iglesia a sus pies dedicada a Santa María que pudiera haber sido anteriormente mezquita, en expansión demográfica por la repoblación de tierras recuperadas a los musulmanes.
La principal referencia documental de la época es el testamento de Alfonso I el Batallador, quien donó la «Virgen de la Sierra» a la Orden del Santo Sepulcro de Calatayud; dicha Orden Militar construyó, sobre la primitiva iglesia existente, la nave del actual templo, lo que sucedió a finales del siglo XIII o principios del XIV. A finales del siglo XIII también se inicia la construcción de un nuevo castillo al oriente, el llamado popularmente del Rey, con el fin de dar cabida en caso de necesidad a una población más numerosa.
Emplazada en la frontera entre Aragón y Castilla, Villarroya se vio envuelta en la Guerra de los Dos Pedros, sufriendo repetidas incursiones y cambios de reino. El municipio, configurado en torno a los dos castillos, que los vecinos del lugar llaman Castillo del Rey y Castillo de la Reina, estaba delimitado en esa época por una alta muralla que se ha conservado hasta bien entrado el siglo XX; aún se pueden ver dos de sus puertas, llamadas Baja con una hornacina de la Virgen de la Sierra y Sumo Aldea. Asimismo, a mediados del siglo XV nuevamente el municipio pasó a manos castellanas, siendo conocida la incursión y toma de la villa por las tropas de Castilla al mando del Conde de Medinaceli (1452). Villarroya no volvió a ser recuperada para Aragón hasta el tratado de paz de 1454.
Entre las riquezas del patrimonio cultural con que cuenta esta localidad merece destacarse una que enlaza directamente con la tradición de artesanía alfarera largo tiempo mantenida por sus habitantes. En un lugar en que predomina la arcilla de buena calidad, se ubican los restos de un alfar romano. Como suele ser frecuente en época celtibérica y romana, se sitúa al borde de un barranco, que desemboca en la vega del río Ribota, hallándose sobre la pequeña planicie que domina el barranco gran cantidad de cerámicas, moldes, pruebas y otros elementos del alfar. Estos terrenos están labrados actualmente, produciéndose como consecuencia de los trabajos agrícolas la dispersión de los restos materiales por la zona.
Se han excavado ya dos hornos y localizado un tercero. Estuvo en funcionamiento desde el 50 d.de C. hasta el siglo IV, siendo su periodo de apogeo los siglos II y III. Junto a él se sitúa un área con enterramientos romanos en ataúdes, acompañados de ajuar: cerámicas, cuchillos, hebilla, vasija de vidrio y un pequeño caldero de bronce. Cerca se encuentra la villa de sus propietarios con tuberías de cerámica.
En cuanto a las producciones del alfar, son escasos los fragmentos conservados de cerámica de tipo común, casi siempre de gran tamaño, lo que indica de forma clara que la actividad se centró casi exclusivamente en la fabricación de terra sigillata (tierra o cerámica estampada), como queda evidenciado por la gran abundancia de está, así como de moldes para su fabricación.
En lo referente a la terra sigillata, las piezas abarcan todas las formas publicadas has la fecha de producciones hispánicas, existiendo algunos fragmentos que parecen corresponder a tipos nuevos.
Los colores de los engobes oscilan desde el rojo fuego anaranjado al rojo casi vinoso en las piezas más tardías. Las pastas son depuradas, con ligera presencia de mica, y presentan tonos que van desde el rosa anaranjado hasta llegar al rojo ladrillo. El tipo de arcilla es el mismo que existe todavía en la zona. En cuanto a los motivos decorativos, se observa una relativa variedad: círculos, líneas verticales de ángulos consecutivos, de ruedecilla, conejos, águilas, grifos, figuras humanas y escenas separadas por metopas con dibujos geométricos o florales. Ninguna de las piezas que se conocen presenta el sigillum del alfarero. Por lo que respecta a los moldes, los hay decorados y lisos, siendo el hallazgo de estos últimos poco frecuentes.
La situación del alfar permite adelantar que, con bastante seguridad, sus producciones llegarían a la cercana Bilbilis abasteciendo sin duda a las villas de la zona, sin que podamos descartar que otras ciudades más alejadas, estuviesen también dentro de su ámbito comercial.
La unificación de Aragón y Castilla por el matrimonio de los Reyes Católicos trajo consigo un período de paz, lo que supuso un auge demográfico para Villarroya y las subsiguientes transformaciones urbanas.
A finales del siglo XV quedó concluida la construcción de la amplia iglesia parroquial bajo la advocación de San Pedro Apóstol.
En el siglo XVII se edifica el Ayuntamiento y se amplían las capillas de la iglesia. En la Guerra de Sucesión, Villarroya apoyó al futuro monarca Felipe V, al postre vencedor, por lo que obtuvo el privilegio de pasar a ser villa con jurisdicción independiente, un día de feria semanal y exención de quintas, asimismo, le fue otorgado el título de «Muy Leal».
El final del siglo XIX se caracterizó por un cierto desarrollo industrial en el municipio, que sentó las bases de una serie de actuaciones en el siguiente siglo. Para 1900, el municipio contaba con casi 2.400 habitantes.
Villarroya fue a principios del Siglo XX un importante centro comercial de toda la zona del Ribota y del Manubles, con establecimientos de tejidos y de confecciones, ferreterías, tiendas de muebles y de alimentación. Los compradores llegaban por todos los caminos comarcales que unían a los pueblos cercanos. La posada de la señora Lidia, que permaneció abierta hasta la década de los setenta, llegó a disponer de 30 habitaciones. Acudían a ella viajantes, mulateros, tocineros y otros vendedores.
En el pueblo operaban cinco hornos a la vez, dos herradores para las caballerías y dos fraguas. Hubo fábrica de harinas, molino harinero, un alfarero. Larriba, que fabricaba cazuelas y pucheros y una fábrica de alcohol de los Esteve de Calatayud que conserva la torre de 1912 y un espléndido mosaico en la fachada de la casa.
Otro hito fue la llegada del ferrocarril con el eje Santander-Mediterráneo al final de la década de 1920 y que pese a su importancia, no se tradujo en un especial desarrollo urbanístico, en parte por la no terminación de la línea a falta de 63 km.
Villarroya contaba incluso con un juzgado propio, privilegio de Felipe V por su ayuda en la guerra de Sucesión.
Un hospital atendía a la gente pobre, enferma y sola, a transeúntes y a gitanos. Se recuerda aún el caso de una gitana, que dio a luz en una cueva y fue llevada al hospital para su recuperación. Un matrimonio de hospitaleros se encargaba de cuidar las instalaciones. Del edificio quedan las arcadas de la lonja de la planta calle.
Resulta sorprendente todavía, a pesar de su progresivo deterioro, el pinar del señor Perico, una iniciativa de Pedro Aguarón, casado con la dueña de la posada, que mandó construir ese parque-jardín en 1934, proporcionando con ello numerosos jornales a la gente trabajadora. Se llamaba oficialmente el pinar de Joaquín Costa. Es el único monumento y homenaje al costismo de toda la comarca. El parque fue diseñado para el disfrute de todo el pueblo. Dejaba libros en el interior del monumento y rincón de Joaquín Costa para que la gente libremente los leyese. Plantó en ese paraje árboles, cuya fruta podían coger los pobres: Todo enfermo pobre está autorizado para pasar el día en esta finca y coger la fruta que haya.
Construyó también para ellos un pequeño refugio. Resulta conmovedor el afán didáctico de su creador, quien sobre el cemento fresco de los bancos, paredes y escalones escribió frases de Joaquín Costa, alusivas al pensador o simplemente referidas al respeto de la naturaleza: “la crueldad con los pájaros endurece el corazón y dispone a ser también crueles con las personas. Respeta los nidos”.
Diseminados por los pinos y cipreses, construyó pequeños embalses y acequias, símbolos de la política hidráulica.
También hizo plantar pinos en el paraje llamado Pinar de la Estación.
Castillo de la Reina (izquierda) y Castillo del Rey.
La Muralla de Villarroya de la Sierra está incluida dentro de la relación de castillos considerados Bienes de Interés Cultural.