única en españa

Plaza de toros ‘La Dula’

Una dula o adula era, antiguamente, un espacio comunal donde se guardaban los ganados, caballares especialmente.

Francisco Martínez nos acerca a los orígenes e historia de un espacio singular, único en la geografía española.

A menudo, un topónimo delata un origen, y eso es exactamente lo que ocurre en Villarroya de la Sierra con su plaza de toros, ya que una dula o adula era antiguamente un espacio comunal donde se guardaban los ganados –caballares especialmente– de todos los vecinos del municipio para que pastasen y, por tanto, el dulero o adulero era quien se encargaba de su custodia, lo que se hacía por turno gratuito entre los propietarios de los animales o, si era de manera profesional, con cargo a los anteriores.

Así pues, esa dula antigua serviría como lugar para correr reses bravas en fiestas y posteriormente ha quedado con esa única encomienda, convirtiéndose en un espacio intraurbano peculiar y único.

En la actualidad, Villarroya de la Sierra cuenta con una activa y numerosa peña taurina que dinamiza y fomenta la afición a los toros, denominada El Salcedo, tomando el nombre del paraje enclavado en la Sierra de la Virgen, dónde existían, antes de la repoblación forestal de los años cincuenta del siglo XX, amplias dehesas para pastos de ganado vacuno.

Y una de las actividades iniciales de la peña fue acondicionar la plaza de toros, con obras de ampliación del graderío antiguo, compartimentación y manejabilidad del corral, burladeros y otras dependencias, quedando un cuadrilátero de aproximadamente 25 metros de lado, delimitado por una serie de corrales para los animales, en su mayor parte sin cubrir, adosados a la muralla de tapial y a un talud natural en el que se practicó un graderío de obra, quedando inmerso el conjunto entre viviendas y corrales.

 

 

Según nos cuenta Alejandro Rincón en su obra ‘Una tarde de toros en Villarroya de la Sierra’, en los años centrales del siglo XX, la organización de los espectáculos taurinos durante las ferias corría generalmente a cargo de un apoderado que alquilaba la plaza al ayuntamiento, cobraba la correspondiente entrada y presentaba una serie de actuaciones cómico-taurino-musicales como, por ejemplo, La Revoltosa, que corría por muchas plazas de Aragón.

Otras veces, el espectáculo era más sencillo, con la actuación de algún novillero seguido de vaquillas para la población; y en alguna ocasión se organizaron festivales benéficos como en 1942, a beneficio del Santuario de la Virgen de la Sierra, en el que actuó, el entonces famoso matador de toros Jaime Noaín –casado con una villarroyense–, creando una expectación sin precedentes, un torero que tomó la alternativa en Bilbao con un toro de Miura de manos de Nicanor Villalta.

Jaime Noaín fue villarroyense consorte.

Como los festejos se celebraban en torno a las cinco de la tarde, después de comer se iba accediendo a la plaza, entre otras cosas, a coger sitio. Aparte de la zona de gradas, los vecinos se acomodaban en los entablados sobre los corrales por familias o grupos con sus conocidos e invitados, de pie, sentados o llevándose cada cual su silla.

Las autoridades, las manolas, la banda de música y demás invitados del concejo lo hacían en el espacio reservado de las primeras filas del graderío y el resto por los burladeros de la plaza.

Al ser los espectáculos de pago, los que no pasaban por taquilla los veían un poco más alejados, bien desde el castillo cercano, en los cerros próximos o desde los tejados y tapias del caserío circundante, lo que siempre se ha llamado en el argot taurino el tendido de los sastres.

En los prolegómenos del espectáculo hacía su aparición en la plaza La Veterana –como popularmente se denominaba a la banda de música local, fundada en 1845– y, más correctamente, la Unión Musical Villarroyense, que hacía un pasacalles con sus habituales pasodobles.

Poco después, la entrada de las mulillas constituía un momento muy especial. La cuadrilla de jóvenes encargada de su preparación, siempre dirigida por algún mayor experto en el tema, se tenía a gala presentar a los animales –que llamaban la atención en la comarca– según cuentan, de la mejor forma posible, tanto con unas caballerías, en número de tres, que se esquilaban al efecto recortando en el pelo de las ancas diversos dibujos geométricos y expresivas alusiones así como con unos arreos de guarnicionería y collerones campanilleros bien relucientes con mantas morellanas de colores en los lomos.

Tras el tiro de mulillas desfilaba la carroza de la reina de las fiestas y sus tres damas de honor ataviadas con sus mejores galas: peineta, mantilla española y abanico en mano, seguidas del torero y su cuadrilla.

A continuación se procedía al despeje de la plaza que corría a cargo de un buen jinete de la localidad o del entorno, vestido adecuadamente y provisto de sombrero de ala ancha, el cual entraba espoleando un caballo, debidamente aderezado para la ocasión, dando una serie de vueltas a la plaza a toda velocidad. En una de ellas el presidente del festejo le echaba las llaves del corral, las cuales debía recoger, sombrero en mano, sin que se le cayesen al suelo para lucimiento de su actuación y así merecer el aplauso del público.

Según cuenta Francisco Serón en ‘Mis recuerdos de Villarroya de la Sierra del año 67’, toreros conocidos como Melchor SoriaEl Bala actuaron allí, siendo una persona muy conocida en el ambiente de los toros el tío Piquetes, que se cuidaba de abrir los toriles.

Al respecto me contó mi amigo Manuel Gutiérrez Chuleva, de Calatayud, que vestido de luces un día como sobresaliente en Villarroya y pensando no actuar, se pegó una enorme comilona de garbanzos antes del festejo. El problema llegó cuando le dijo el alcalde que tenía que torear, ya que a la jindama propia se unió el hartazón de legumbres, lo que le provocó un mareo que no le libró de ponerse delante con vaya usted a saber el resultado.

También eran espectáculo por aquel entonces los encierros, ya que antiguamente traían a los toros con los mansos por los caminos, cruzando El Vergal, por lo que cuadrillas de jóvenes se desplazaban hasta allí para ver si los localizaban. A veces los traían por la mañana y la plaza se llenaba para ver cómo eran introducidos en los corrales. Tarea peligrosa, pues un año se escapó un toro tras romper la puerta y arrolló a una persona.

Pero Villarroya, a pesar de su gran afición, no tiene toreros ni los ha tenido entre sus hijos del pueblo como ocurre en poblaciones tan próximas como Cervera, Jarque o Aranda, pero ya hemos visto que la Peña Taurina “El Salcedo” es muy activa. La fundó Francisco Gimeno y ahora es presidida por Modesto García. Realizan muchas actividades a lo largo de todo el año, charlas, comidas, visitas a ganaderías y en agosto de 2011 se inauguró una exposición de dibujos, obra del arquitecto Alejandro Rincón, que versaba sobre la historia de plaza de toros, con el patrocinio del Ayuntamiento. La muestra constituía una aproximación de lo que pudo ser la implantación y el devenir de la plaza de toros a través de unos textos de carácter histórico-urbanístico y de una serie de documentación gráfica que atendía a tres etapas: La primera, previa a conformarse la plaza, cuando Villarroya era un núcleo habitado cerrado, compacto y defendido por alta muralla. En segundo lugar se trataba de la formación de la plaza de toros una vez que se superó el recinto amurallado, posiblemente a comienzos del siglo XVII y, por último, la plaza actual en los comienzos del siglo XXI, tras las obras de remozado, ampliación del graderío y formación de toriles.

… pero la historia continúa

Porque es nuestro deber y constituye, al tiempo, nuestra más alta empresa, perpetuar el legado que nos vino dado y que contribuímos a sostener e impulsar cada día, cada año.

Es el proyecto de todo un pueblo que aúna esfuerzos para hacer de esta obra, seña privativa de nuestra identidad, lugar en el que depositamos nuestro orgullo de villarroyenses para cantar alto y claro, a quien quiera escucharlo, nuestro himno de inquebrantable hermandad.

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